Separatistas y separadores

Hace mucho traté aquí el tema (¡siete años! ¿cuántos cosas diría hoy de otra forma?). Una revisión de la historia de la ruptura de Yugoslavia debería reconsiderar el papel de no sólo los nacionalistas centrífugos de Eslovenia y Croacia, sino también del papel de los nacionalistas serbios que hicieron inviable una Yugoslavia federal y plural.

Cada vez que surge el tema de la fractura de España pienso en mis experiencias como canario que participa en foros relacionados con la seguridad y defensa en Internet. No suelen ser lugares que frecuenten personas de izquierda o personas con sensibilidades políticas cercanas a los nacionalismos periféricos españoles. Son foros que suelen tener un cierto público. De vez en cuando, ha pasado varias veces, alguien copia y pega una editorial del diario tinerfeño El Día. Nació en 1939 con la función de ser «portavoz de las normas y principios del Movimiento Nacional en la provincia de Santa Cruz de Tenerife». Mucho más tarde, en los últimos años, fue portavoz del insularismo tinerfeñista dentro del eterno «pleito insular». Y de pronto, un día, empezó a dar cabida en sus páginas al ultraminoritario independentismo canario.

Recuerdo la publicación por entregas del borrador de la constitución de una hipotética República Guanche de Canarias, obra de Antonio Cubillo. El texto contenía auténticas joyas, como la provisión de que una Canarias independiente contara por mandato constitucional de reservas de gofio guardadas en silos a prueba de armas nucleares. Tras la constitución vinieron entrevistas a personajes del panorama político independentista, que como suele decirse «eran conocidos sólo en su casa a la hora de comer». Todos ellos eran de relevancia política insignificante. Blogs como Canarias Bruta hacían chistes sobre el «independentista de la semana». El diario El Día empezó también a publicar editoriales de corte independentista en las que se adivinaba la mano de su director, José Rodríguez, singular personaje que compaginaba sus diatribas independentistas con expresiones de admiración al ejército español.

Todos los lectores del diario con los que hablaba del asunto me contaban que ignoraban las editoriales del periódico y el espacio dado a los independentistas. Por lo visto, en el resto de temas el periódico había mantenido su línea habitual. De hecho, es el más leído en la isla de Tenerife. Pero, ¿qué había pasado para que un diario así de pronto defendiera la independencia de Canarias en sus editoriales y se convirtiera en altavoz de los independentistas? No lo sé. Y las explicaciones al uso son igual de insatisfactorias. Unos hablan de la senilidad de José Rodríguez. Otros, de un intento de agitar el independentismo canario como arma disuasoria ante las investigaciones por corrupción del ex-alcalde de Santa Cruz, Miguel Zerolo. Ninguna de las dos explicaciones da por bueno que el director del periódico simplemente se levantara un día de la cama convertido en paladín del independentismo canario. «Algo» extraño tuvo que pasar.

Y entonces es cuando regresamos a esos «copia y pega» de las editoriales del diario El Día en foros de Internet. Siempre me ha parecido curiosa la reacción de las personas que desconocían el contexto en el que fueron publicadas. La cosa suele ser así:

Fase 1: Sorpresa.
-¿Cómo? ¿No sólo en Cataluña y País Vasco hay nazionalistas diciendo esas cosas?

Fase 2: Indignación.
-¡Anda y que les den a esos putos africanos de mierda! Así va España, todo el mundo creyéndose nación ancestral.
-Sí, eso. ¡Que les den la independencia para que Mohammed VI vaya y les dé por culo!
-Ya, ya. Esos no le duran al Mohammed ni una hora.

Aquí suelo intervenir yo para impedir que la cosa se salga de madre. Les explico muy resumidamente la situación y cómo no tienen por qué preocuparse por el independentismo en Canarias. Entonces pasamos a la siguiente fase.

Fase 3: Condescendencia.
-Ja, ja. Entonces tienen que ser como los independentistas de mi Comunidad Autónoma. Caben en un taxi. Si es que ya decía yo. ¿A dónde van a ir los canarios sin nosotros?
-Si es que los nazionalistas te inventan una historia en menos de nada para vivir chupando de las subvenciones con sus libros y tal. Que no sé qué van a poder inventar esos en Canarias, si los canarios no tienen una identidad cultural. Por no tener, no tienen ni lengua propia.

La cosa ha sido siempre en estas líneas, no necesariamente con estas mismas palabras. Aunque hay cosas que se repiten y recuerdo perfectamente. Como la obsesión con Mohammed VI y el sexo anal.

Hace falta muy poco para que nacionalista español se ponga a escupir vitriolo contra los habitantes de una comunidad autónoma fuera de la meseta castellana. Podríamos suponer que el nacionalismo español debería ser inclusivo, como unos padres que se sienten ofendidos porque un hijo o una hija se quiere ir de casa y sienten vértigo ante la idea del «nido vacío». En realidad el comportamiento de los nacionalistas españoles es más cercano al del un hombre maltratador. La violencia es su instrumento de control. Por ejemplo, los boicots a productos catalanes. O los pronunciamientos sobre tratar de perjudicar en todo lo posible a una hipotética Cataluña independiente. «O de mía o de nadie».

Luego tenemos un fenómeno curioso. Los nacionalistas españoles asumen ya desde el principio al Otro como no español. No entienden las identidad como estratos superpuestos y modelados por la historia. Así que aceptan sin reparos las dicotomías de españoles vs. «nacionalidades históricas». Ese separación es la que permite entender al Otro como enemigo. Es un nacionalismo imperial que aspira a atar contra su voluntad a los súbditos coloniales desprovistos de rasgos culturales propios. «Qué mal hablas el español», escuché en Madrid como reproche por mi seseo a personas capaces de decir «la mandé un documento» y mandar sin complejos correos electrónicos con llamativas faltas de sintaxis u ortografía.

Hay una extraña coincidencia entre nacionalistas españolas e independentistas canarios. La identidad se entiende siempre como un bloque homogéneo caracterizado por una lengua. Sin lengua ajena al español los nacionalistas españoles no entienden que se puede entender Canarias como comunidad imaginada. Como si el español hubiera sido un obstáculo en Cuba, México o Argentina. Y los independentistas canarios entienden la identidad siempre como identidad diferenciada y en conflicto con lo español, de ahí su empeño en «construir identidad». ¡Qué pesados! Como si los habitantes de Canarias fueran entes sin identidad ni alma que tuvieran que bailar folías, hablar bereber y acudir a las romerías para alcanzar la condición humana. «Su identidad, gracias». Desde luego, los que escuchamos a Avishai Cohen, Nusrat Fateh Ali Khan, Tolga Sağ y Divna Ljubojević hace tiempo que perdimos todos los puntos del carnet.

Así que imaginen el panorama. Gente pidiendo que los carros de combate avance ya sobre Barcelona parar meter a esos díscolos catalanes en vereda. Bomberos pirómanos.

7 respuestas a “Separatistas y separadores

  1. Hola Jesús.

    Acabo de leer éste artículo y el anterior al que se enlaza en los primeros párrafos.

    Parece que, en general, considera contraproducente la actitud del «nacionalismo español». En el sentido de que, más que evitar, colabora en la secesión. Siquiera involuntariamente.

    Mi pregunta es: ¿Cuál sería una actitud adecuada? Es decir, una forma de proceder que se a útil y eficaz a la hora de revertir el proceso de desintegración y que no signifique (simultáneamente) una cesión continua. Me refiero, tanto al propio gobierno como al resto de actores que se consideran en el texto: periodistas, creadores de opinión, etc…

    En el caso de que considere que tal cosa es posible; claro. Yo, por ejemplo, tengo la impresión de que se trata de una dinámica equivocada en nuestra sociedad, pero irreversible.

    Por otra parte, me gustaría aprovechar para felicitarle por el blog. Le sigo desde hace un tiempo. Y siempre encuentro algo interesante que leer por aquí.

    Gracias.

    1. Para empezar, como español que no tiene el español como lengua materna, agradecería que nadie se mofara de mi nombre o de la forma en que pronuncio el castellano. Sería un buen inicio que se aceptara que mi lengua es tan española cómo cualquier otra, al mismo nivel que el castellano y que utilizarla no fuera considerado como una provocación.

      Es decir, el día que España acepte su propia diversidad y la asuma como propia, luego seré un patriota español. Mientras se quiera imponer una España uninacional de alma puramente castellana, que no cuenten conmigo.

      Pero si consideras que aceptar la riqueza interna de España es «ceder al chantaje nazionalista», no tenemos nada que hacer.

  2. Hola, Jesús. Esta cuestión la hemos discutido con recurrencia en tu blog. Esta vez nos centramos en el conflicto cultural y de emociones que rodea las discusiones y los debates al respecto. Ver cómo las respuestas del gobierno y de muchas personas hasta inteligentes del entorno de los grandes partidos estatales reaccionan hablando de «la constitución no lo permite» (ni el referéndum, ni la secesión) o el empeño de la prensa con sede en Madrid por encontrar desastres económicos irreparables, inviabilidades… que se transforman realmente en una amenaza para mi demuestra, otra vez, la falta de pensamiento estratégico del nacionalismo español para defender y salvar lo que le es más caro: la unidad «nacional». Es decir, existe un resorte «imperial» en la argumentación: no existe un proceso de revisión de ideas o de experimentación intelectual (y estratégica) para encontrar mecanismos y salidas políticas e institucionales que, de nuevo visto estratégicamente, reduzca el número de partidarios de la independencia (o lo que creen las poblaciones afectadas que es la independencia) y genere adeptos a algún mito sobre España capaz de ser aceptado con amplitud. Y eso es lo más triste que puede decirse del «nacionalismo español», mucho más allá de que los comentaristas deportivos de RTVE después de tanto tiempo no se hayan tomado la molestia de conocer la diferencia de pronunciación entre Xabier (en vasco) y Xavier (en catalán). Y eso que es «la tele de todos».

    Por otro lado, el análisis menos sentimental que se puede hacer de estas cuestiones se tropieza inevitablemente con algo que sale a la luz a poco que se le quite a las proclamas (nacionalistas de todo tipo) el ruido de las clases dirigentes de cada centro de poder en su lucha por ese poder más allá de la bondad de determinados argumentos: la extraordinaria interdependencia cultural y económica de todas las poblaciones y relaciones empresariales enfrentadas en los medios de comunicación de masas.

    Cálculos electorales/sentimentales aparte, las propias sutilezas del lenguaje de los Urkullu/Mas y sus antecesores muestran esencialmente como el concepto «indepedencia» es un concepto tan inservible en el siglo XXI como «estado nacional». Artefactos del siglo XIX. Nadie en su juicio, en el fondo, se ha puesto a calcular una respuesta decimonónica al conflicto de reparto de poder teñido de identidades efervecentes: desde la militar (aunque Leguina diga que la Guardia Civil es legal y el referéndum, no) hasta la jurídica.

    Veamos: la militar es impensable, irrealizable y absurda por las mismas razones que los conflictos violentos contemporáneos que aquí se analizan. Sería tal desastre y de efectos tan dañinos que no cabe en la cabeza. Aunque en Yugoslavia nadie pensó que podía ocurrir. Supongo que la memoria desmemoriada de la guerra civil local tiene que ver, pero aquí no veo que los mozos de Alcorcón se fueran hechidos de furor patrio a ocupar el puerto de Barcelona. Tampoco a los okupas anarco barceloneses como francotiradores. Y sin hablar de la dificultad operativa de poner un soldado en cada esquina, que no es moco de pavo.

    La jurídica, en cambio, me sorprende que no sea enarbolada como amenaza, siquiera intelectual. Una independencia decimonónica supone reinstaurar los visados de paso y aranceles al llegar a La Franja en Huesca o a Miranda de Ebro, negar la nacionalidad española y los servicios del estado automáticamente después de cualquier proclama unilateral a cualquier residente en los territorios secesionistas y dejarlos «a su suerte». Y viceversa: una Cataluña independiente como una Israel en el 47 teniendo que inventar un estado a toda velocidad y ponerse a resolver las relaciones con sus vecinos en desventaja, sin descartar terribles conflictos entre afectos y desafectos. ¿Quién quiere todo eso?.

    A nivel intelectual, plantearse siquiera que el entramado de amistades y familias tejido entre las personas de a pie se alterara convirtiendo a tu abuela en extranjera por el efecto de donde resides, quizá sirviera para enfrentarse a la cuestión de la superación de la terminología decimonónica. Cuestión que flota en el aire con las palabras soberanía, pacto fiscal, nación (europea, claro) entre iguales, alemanes en Mallorca y bla, bla. Se percibe que los partidos usualmente llamados nacionalistas sí han estudiado técnicamente la cuestión hasta la extenuación sin explicárselo demasiado bien a sus electores repletos de ilusiones futboleras (ilusiones de lo más respetables, por cierto).

    La cuestión de fondo es que los costes de la indepedencia sin pacto son bastante poco interesantes para todo el mundo y no son racionales. Así que hay que conseguir «otra cosa». Y ese «otra cosa» es un semidesconocido que, por serlo, anda oculto en la palabrería patriotera común a todos los afectados, imperiales frustrados y presuntos coloniales. Saber el resultado final es una incógnita, por supuesto. Hasta negociar un pacto es una incertidumbre horrorosa: ¿durante cuánto tiempo se va a estar negociando qué es de las pensiones de los secesionados? ¿Qué pasaría con los presupuestos estatales y la recaudación fiscal si todo durara más de un ejercicio fiscal ante la complejidad de esa negociación? ¿Que pasaría si el resultado no cumpliera expectativas de nadie?.

    Pero el camino está abierto al norte del pirineo, que parece ser una tradición: ¿porque Escocia o Flandes están marcando un camino? Seguramente, sí: Bélgica estuvo meses sin gobierno y nada se paró. Los representantes de la UE dicen que el tratado no tiene previsto qué pasa cuando alguien se secesiona una vez dentro y sugieren que tendría que negociarse todo, pero tampoco dicen que no se pueda hacer (y eso que Aznar lo intentó). ¿Pero qué sucede si uno de estos territorios, antes que Cataluña, crea una crisis que lleva a buscar una «solución»? No es impensable que la UE salte por los aires institucionalmente, pero la vida de a pie simplemente no puede esperar: los barcos del Rhin siguen teniendo que trasladar mercancías y ya es demasiado habitual vivir en Bélgica y trabajar en Holanda. Así que España iría en el barco de la solución desde el origen, algo estupendo para los que tienen frustraciones históricas sobre perder trenes.

    Las poblaciones ibéricas deseosas de independencia tampoco parecen plantearse si les interesa tener más votos en Bruselas al seguir vinculados a una estructura mayor al tiempo que parecen asumir con normalidad que una estructura en el fondo menos democrática en su toma de decisiones que la española tome decisiones sin que se atrevan a hablar de imposiciones. Y la pesca de la anchoa, por ponerse en un caso práctico, depende bastante de lo que una Francia presuntamente unida para siempre opine y vote apoyada en su mayor población y capacidad de bloqueo.

    Los socialistas, que han encontrado en la palabra «federal» algo con lo que dignificar su propia inconsistencia interna, debieran explicar que en todos los países federales, la parte federal manda un huevo en sus competencias, algo que tampoco gustaría a las independencias «a la carta» que parecen desear los partidos nacionalistas periféricos conservadores: quedarse con las ventajas de España pero ninguno de los inconvenientes.

    Venga, va: ¿no es fascinante? Es que sólo puede salir «otra cosa».

  3. Es un buen momento para recapitular. A uno le gusta proponer que el momento que vivimos tiene mucho que ver con el sofisticado análisis de la situación que realizan los partidos «nacionalistas» (es decir, los nacionalistas periféricos) y el cutrerío intelectual sobre la cuestión nacional de la derecha española y el no menos inconsistente y vacío de verdadero análisis de la izquierda española: dos opciones que dependen del voto mayoritario «español» para preservar sus cotas de poder. Esta era la propuesta de mis comentarios en una de tus entradas recientes y que ampliamos en este otro tan memorable.

    Mas ha montado un pollo perfectamente estudiado y analizado y las evidencias saltan: discursos «más moderados» como el del Príncipe de Girona, el patinazo de Puerto Rico, la obviedad de la dificultad e incertidumbre jurídica de lo que sería la Unión Europea… dentro de un contexto donde ya tenemos reférendum escocés (oh, en 2014, numeración mítica catalana y el día de San Andrés, tan caro a Sabino Arana, el destino es así de divertido) y sigue el auge del indepedentismo flamenco… que curiosamente pide un cambio constitucional para avanzar hacia la creación de un estado confederal.

    Nacionalismo catalán y vasco tienen el escenario perfectamente estudiado y saben manejar el peso y las emociones de su electorado para presionar y aprovechar el momento: la Unión Europea tendrá que encontrar una solución a los conflictos territoriales internos que impida que todo salte por los aires, y la encontrará. Mucho nacionalista español no va a ser feliz. Por supuesto, la independencia decimonónica o poscolonial, no son cosas que se estén realmente buscando, sino el control del destino y la soberanía fiscal: ¿qué más hace falta, por mucho que Brusuelas defina la política de impuestos si puedes recaudar tu el dinero?

    Las declaraciones sucesivas de los ministros de Rajoy son estupendas para el consumo interno del pobrecito español de a pie asustado porque le hablan en una lengua que dice no entender, pero son nulas para ganar donde (les) importa. ¿Es así en las reuniones privadas y en los gabinetes de estrategia? Uno sospecha que no es mucho mejor para sus intereses. El análisis suele ser patético entre sus periodistas de cabecera. Y uno cree que políticos y tribuletes con ínfulas intelectuales comen y cenan juntos y se reparten argumentos con frases de cuatro libros para llenarse el cerebro de argumentos aparentemente ejemplares de una realidad que, ante todo, no quieren cambiar. Y que no terminan de entender.

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