La inteligencia de las pequeñas cosas

En algún momento caí en la cuenta que no era casual que ser friki (entendido como sinónimo de nerd y geek) implicaba siempre sentir interés por Japón. Parecía que venía en un pack. Posiblemente se debía a que la ciencia ficción y la fantasía eran géneros ampliamente tratados por el manga y el anime (Aquí hubo de esperar a la película de «El Señor de los Anillos» para dejar de considerar la fantasía cosa de adolescentes). También es verdad que hubo un tiempo en que Japón «era el país del futuro». Desde la robótica al desarrollo urbano. En aquella época Michael Crichton publicó una novela bastante xenófoba sobre cómo los japoneses estaban comprando California (la primera película de «Die Hard» transcurre en la «Torre Nakatomi») y George Friedman, fundador de Stratfor y tan acertado como siempre, escribió el libro The Coming War With Japan.

Un día, Japón se desinfló. Estalló su burbuja financiera e inmobiliaria. En 1999 me hice con una edición chilena de ¿Qué es Japón? de Taichi Sakaiya. Entre las cosas que explicaba el autor sobre el país, me llamó la atención su idea de que la cultura del país encajaba más en la sociedad industrial con un modo de producción taylorfordista que en la sociedad de la información. Es decir, la cultura, los valores y el sistema educativo era la óptima para generar una masa de trabajadores disciplinada que producían bienes de consumo en serie pero no fomentaba el pensamiento crítico y la innovación creativa. De Japón salía el hardware pero no el software.

Me he acordado de estos estos días. Primero leí en Jotdown una crónica de Donald Worst (¿un pseudónimo?) de su visita al restaurante con una estrella Michelín más barato del mundo que está en Hong Kong.

Un expatriado occidental residente en Hong Kong desde hace dieciséis años me explicaba recientemente lo que para él es el principal lastre de la creatividad en el arte chino, lastre que paradójicamente es un subproducto de su propia excelencia. Decía que una civilización que desde hace siglos está convencida de haber logrado la perfección en sus realizaciones materiales está condenada a seguir repitiendo las mismas pautas una y otra vez; llevan cientos de años haciendo las mismas cerámicas, las mismas pinturas, las mismas esculturas, y los artistas contemporáneos raramente se alejan de los patrones clásicos. Si lo hacen es muy excepcionalmente y a costa de autoexcluirse de la corriente principal y, por lo tanto, del consumo masivo. […]
[L]o que me estaba comiendo no era sino una versión exquisita, perfecta, excelentemente realizada, de los más clásicos dim sums. […] [C]omo si el mero pensamiento de apartarse del camino marcado por la sabiduría de los antepasados pudiera poner en peligro el equilibrio de las cosas.

Luego descubrí el original de una canción que había visto parodiada en algún vídeo sin entender la broma.

«Gangnam Style» del rapero coreano PSY hace referencia a un barrio pijo de Séul y parodia el estilo de los vídeos del K-Pop, cuya difusión por toda Asia conocí vía la revista Monocle. El vídeo original va ya por más de 359 millones de visualizaciones en Youtube (aquí está la versión con subtítulos en español). El autor decidió entregar al dominio público el vídeo para permitir que se hicieran parodias y versiones. PSY ha aparecido en programas de televisión de EE.UU., como «Saturday Night Live» y se ha convertido en el el primer artista coreano en llegar al número uno de ventas en iTunes.

Lo interesante es el análisis que hace Evan Osnos en The New Yorker. Compara el gran gigante asiático, China, con la pequeña Corea del Sur. Un producto cultural así transcendió las fronteras porque es una pieza de sátira y parodia que a pesar de reirse de la industria musical del propio país es disfrutable en todo el mundo. La sátira y la parodia son comunes en el humor surcoreano, algo que en China es inimaginable. Y plantea lo mismo que aparecía en el artículo de Jotdown. En China cuesta salirse de los márgenes. Y le da un nombre. El síndrome «Kung Fu Panda». Una película que combinara con humor sobre dos joyas culturales de China sólo pudo hacerla un grupo de extranjeros. También hace referencia a esta tira cómica del dibujante chino Shimao. Se ven diferentes versiones de gente bailando: Nueva York Style, París Style, Tokio Style… La versión de Shanghái Style muestra a alguien encerrado en un manicomio por «bailar como loco».

Por último encontré de casualidad un blog abandonado de alguien que se fue a estudiar a Japón sin quedar deslumbrado por el país. Más bien, todo lo contrario. Aquí y aquí explica el problema del sistema universitario japonés.

Y todo esto viene para recordar que para entender lo que pasa ahí fuera implica leer mucho y leer de todo. Los libros son los que te dan profundidad y contexto. Y luego hay que leer de todo. Porque son siempre los pequeños detalles inesperados que encuentras de casualidad en las secciones de sociedad, cultura y ocio los que te muestran los procesos de fondo.

4 respuestas a “La inteligencia de las pequeñas cosas

  1. Vaya, mira por donde acabo de descubrir gracias a ti la inspiración de un artículo que tenía por comentar: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2012/10/02/asi-arruinaron-los-japoneses-la-educacion-un-modelo-a-olvidar-106501/
    Cultura es todo, es una red en la que los elementos se interrelacionan. La distinción (alta o baja, macro o micro, popular o burguesa) la hacen los especialistas, pero tu enfoque posmoderno es el único que nos puede ayudar a explicar qué las caracteriza.
    Por completar lo que bien explicas, recomiendo El crisantemo y la espada. Aunque tiene un enfoque discutible (escrito en la distancia, con fuentes secundarias y sin saber japonés) y resulta anticuado, sigue conteniendo hipótesis que ayudan a los occidentales a explicar el Japón actual. Algunas de las cosas que comentas, me recuerdan a lo que escribía Benedict hace 70 años.
    Qué bueno leerte.

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