La gorra que perdí en Lisboa

El viernes, mi último día en Lisboa, olvidé en algún lugar mi gorra del Staatsbosbeheer. La conseguí trabajando como voluntario tres semanas del verano de 2003 en un parque natural al norte de Amsterdam. No es que se tratara de un boot camp pero sudé allí la gota gorda y la llevé siempre con orgullo.

Estuve a punto de perderla en mi primer año de Madrid. La dejé en el asiento del autobús que todos los días me llevaba al campus de Somosagua. Me bajé en una esquina del campus y cuando llevaba pocos pasos andados caí en la cuenta de que la había dejado en el autobús. Corrí cuesta arriba de esquina a esquina del campus, bajo un sol abrasador y sin haber almorzado. Todo porque el autobús tan pronto llegaba a la última parada emprendía su camino de vuelta a Madrid. Chorreando sudor y a punto de darme una fatiga llegué a tiempo Menos de medio minuto más y la hubiera perdido.

Dejé Lisboa con una sensación extraña. Recordé aquella carrera desesperada para recuperar algo que había perdido finalmente. Me repetí que sólo era una gorra. Me puse a filosofar sobre todas las cosas que dejaba atrás con aquella gorra. Recordé que estaba a punto de jubilarla por el mal aspecto que empezaba a tener. Algo me decía que sólo eran excusas tontas para aliviar el fastidio y la rabia conmigo mismo.

En realidad aquel viaje a Holanda no es que fuera tan maravilloso. Todos estábamos allí en el campamento de voluntarios para tener una oportunidad de vivir tres semanas a un tiro de piedra de Amsterdam. Y si para mí eso significa cosas como el Rijksmuseum para ellos una sola cosa. El recuerdo de Amsterdam se convirtió entonces en lo que yo quise que fuera. Algo totalmente diferente a lo que los demás buscaron y vivieron.

Lisboa no deja de ser algo así. Un enorme Lavapiés, destino de esa juventud guay que está en mis antípodas. Botellones, paisajes urbanos decadentes y decrépitos. Entiendo ahora el deseo de ciertas personas por ir allí. En los muchos viajes que me quedan por hacer habré de huir una y otra vez de las expectativas y proyecciones creadas por y para quienes no soy. Mi Lisboa no tiene nada que ver con las de ellos. Mi mundo es otro. Y esta en este.

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De izquierda a derecha: 1. El castillo de San Jorge, a cuyos pies nació Lisboa, desde la Baixa pombalina. 2. El Elevador de Santa Justa, que conecta Chiado con Baixa, el centro de la ciudad. 3. El Castillo de San Jorge desde la plataforma del Elevador de Santa Justa.

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4. Ruinas de la Igrejia do Carmo en Chiado, que se derrumbó en el gran terromoto de 1755, y convertido hoy en museo. 5. Estatua de José I en la Praça do Comercio, con el Arco de Triunfo detrás. 6. El Arco con la estatua de José I desde la Rúa Augusta.

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7. Nave lateral de la catedral románica conocida por «Sé» (Sedes Episcopalis). Se aprecia que algo pasó para que los capitales de la columnas sólo estén desbastados. ¿Se quedaron sin dinero para pagar a los escultores encargados de labrarlos? 8. Dos tranvías antiguos en la Praça de Comercio. Siguen en funcionamiento a pesar de que existan otros modelos más grandes y modernos. Se entiende al ver las calles estrechísimas por las que tienen que pasar. 9. Vista desde el interior de un tranvía de la línea 28 rumbo a Alfama.

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10. Interior del claustro gótico en el monasterio de los Jerónimos en Belém. 11. Monumento a los Descubridores en Belém con el puente «25 de abril» sobre el Tajo al fondo. 12. Placa en la Praça do Comerio que recuerda que allí fue asesinado el rey Carlos I de Portugal y el príncipe heredero. Debajo de la placa alguien ha escrito «Vivam os regicidas!».

2 respuestas a “La gorra que perdí en Lisboa

  1. Hola!

    Ya sé que comentar este post escrito hace tantos años es un tanto estúpido, pero te vi (y escuché atentamente) en el ciclo Conflictos Olvidados de esta semana en Valencia y me ha dado curiosidad por ver qué escribes.

    Y leyendo este post puedo decir ¡gracias a los dioses! Tenía la triste impresión de que mi novio y yo habíamos sido los únicos de jóvenes (22-23 años) del mundo (o tal vez de España?) que habíamos ido a Amsterdam por el Rijksmuseum, por el Van Gogh Museum (inmensamente caro pero estupendo)y por la cultura, el arte y simplemente por poder pasear por las calles y canales de una ciudad tan interesante. No fumamos ni un solo porro, qué duda cabe. Las escenas de los fumetas eran suficientemente lamentables para desalentar al más liberal…

    Veo que no somos los únicos en este mar de estupidez humana. Tal vez no esté todo perdido.

  2. Sonará de chiste pero cuando caí aquel día en la cuenta de que me había dejado la gorra en el autobús y me lancé a una carrera loca cuesta arriba con un sol mortal y sin fuerzas me sentí como Tom Hanks gritando «Wilsooooon».

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